martes, 16 de agosto de 2011

El Perfil de Delfín




Personajes :::: A punto de cumplir 80 años e inaugurar muestra antológica, Víctor Delfín habla de arte, política y protesta.

De las profundidades del acantilado de Barranco emerge Víctor Delfín. Su famoso caserón crece sobre el horizonte del mar: es amplio, luminoso y excesivo, lleno de escaleras que avanzan desordenadamente, de recovecos que nunca acaban, de objetos suyos cubriendo las paredes de arriba abajo, ocupando cada esquina. Esa es la casa que se puede visitar. Que él dice mantener siempre abierta para todos. Pero ha aparecido en la sala multicolor, multiforme y multitodo por una puertita tras la cual está el resto: esa otra parte de la casa que crece hacia abajo y se incrusta en la tierra de Barranco. Una bóveda que Delfín cavó en el acantilado “para el niño que todavía tengo y que le encanta jugar en cuevas y escondites”, explica. “Y huir de las cosas antipáticas de los adultos. Es el espacio privado que necesito”.

Pero aquí, arriba, Víctor Delfín sonríe mucho y dice que ha pensado en todo. Habla sobre la muestra que va a inaugurar en octubre. Nació el 10 de diciembre de 1927 en Lobitos, Piura; este año cumple ochenta, y no encuentra mejor forma de celebrar que con una retrospectiva planeada por él mismo. Paso por paso, según detalla. Una muestra colosal, en la Alameda César Vallejo, en Villa El Salvador, y al aire libre. “Porque mucho se habla de la democratización y descentralización de la cultura, pero no se hace nada. Es como que alguien diga que te ama, pero no te escriba poemas ni te haga retratos, ¿no?” (No sabría qué decirle, Víctor. Mejor siga.) “Como el amor, esto se resuelve con hechos y no con palabras”.

Hechos y no palabras dice el maestro, pero no lo confunda con un candidato político arengando desde su estrado. No lo dice con el índice en alto, sino con un montón de lienzos, esculturas, cerámicas, joyas, juguetes y hasta un libro de cuentos bajo el brazo, que ha de colocar a lo largo de la Alameda César Vallejo en algunas semanas.

Pero, ya se sabe, esto no significa que se ha mantenido en su taller, ajeno a lo que sucede más allá de sus puertas. En los últimos diez años, Delfín –desde el colectivo La Resistencia–, ha sido una de las figuras del medio cultural que más notoriamente ha exigido la caída de la dictadura fujimorista, primero, la vuelta de la democracia y la extradición del japonés, que ahora parece posible: “Si el artista sale en los periódicos y tiene voz y poder, carajo, que lo use para algo que valga la pena. Pero mirarse el ombligo... Yo no juego así”.

“¿Sabes cómo empezó mi participación en La Resistencia? Yo ya estaba harto de todo lo que venía ocurriendo y cuando se dio amnistía a los criminales de La Cantuta, en el 2000, mi colega Alberto Quintanilla estaba aquí y quisimos hacer algo. Fuimos al plantón frente al Palacio de Justicia. Ahí estaban los familiares de los desaparecidos, y yo levanté la foto de uno de ellos. Ahí empezó todo y es una de las mejores cosas que he hecho en mi vida”.

“No juzgo a los artistas e intelectuales que no participaron”, continúa Delfín. “Me he vuelto generoso. Voy a cumplir ochenta años, así que disculpo todo”.
–¿Y hace cinco años qué hubiera dicho?
–Lo mismo no, ¡ni hablar! Pero el que es imperdonable ahora y siempre es Fujimori. Llega a Chile, traidoramente, y quiere sacar provecho. Yo no creo en la justicia de los hombres, pero sí en una justicia inmanente, y el tiro le salió por la culata.

Si bien Delfín cosechó elogios por su participación en protestas y marchas, su también visible cercanía al régimen de Toledo –que lo nombró Presidente de la Comisión Nacional de Cultura–, le valió no pocas críticas. Sin embargo, él sigue reclamándole que no haya creado el Ministerio de Cultura, otra de las empresas por las que aboga bastante públicamente.

Su esperanza de verla concretada ahora recae en Alan García. Y antes de la pregunta –mas no de la sospecha– aclara: “Dicen que quiero ser ministro. Apenas tengo tercer año de primaria, ¿cómo me voy a atrever? Nosotros éramos siete hermanos y mi padre un obrero con mucha imaginación. Nos reunía y decía: “Usted, Ministro, tiene la cartera de Fomento y Obras Públicas”: ese tenía que traer baldes de agua. “Usted tiene la de Relaciones Exteriores”: ese, ir a pedir prestado el periódico. Fíjate qué lindo juego. ¿Para qué quiero ser ministro, si lo he sido desde chiquito?”.

Y antes que el fotógrafo, su tocayo, se lo lleve irremediablemente, Víctor Delfín alcanza a decir, con la contradicción de su vida encima, la experiencia de mandar todo a la mierda –como cuando se largó, hace más de cincuenta años, a Tingo María–, las amistades y antipatías seguramente merecidas, la vanidad de los logros, la humildad de las pérdidas y el cúmulo de aciertos y errores; en suma, con la voz de un hombre que lleva ocho décadas viéndoselas con este mundo: “Nadie debería esperar, ni viejos ni jóvenes, a que el clima se ponga chúcaro para salir a domarlo. Tenemos que estar vigilantes. Lo demás son pendejadas”.


Foto: Víctor Ch. Vargas, CARETAS. Con retablo El Extraditable (2004): “Hay algo más elemental en la decisión de Fujimori de acercarse, yendo a Chile: los criminales vuelven al lugar del crimen”.

Artículo originalmente publicado en CARETAS 1994.

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