martes, 16 de agosto de 2011

Szyszlo en Azul




Cultural :::: Fernando de Szyszlo presenta nueva muestra y habla del melancólico arte de ser feliz en el Perú.

“¡Una más!”, gritó el fotógrafo ya en el carro, atacado por golosa inspiración apenas un minuto después de haber dejado la casa de Fernando de Szyszlo. Entonces, el pintor debió conducir nuevamente la procesión de luces, trípode, grabadora y demás hacia su taller, riéndose y comentando que, debido a que estaba en Nueva York, se perdió el temblor.

“Para mí la pintura siempre ha sido una derrota. Todo lo que he pintado durante sesenta años lo es”, había dicho momentos antes. “Siempre ha habido un desfase entre lo que quería y lo que logré hacer. Es como estar en una carrera de galgos que nunca alcanzan a la liebre. Y que en mi caso siguen trotando, a pesar de tener más de ochenta años. ¿Por qué seguir en la carrera? Porque siempre está la sensación de un día lograr alcanzar algo en ella. Los cuadros que yo pinto ahora seguramente hace treinta años me hubieran satisfecho. Pero mientras he afinado las herramientas, la meta se ha ido alejando. Es terrible, ¿verdad?”.

Siendo una presencia constante y activa en el mundo político y cultural del país, parecía natural recurrir a su opinión cuando, poco antes de las elecciones presidenciales, se quiso enumerar las acciones urgentes en términos de cultura. Su voz, al teléfono, dictó terminante y cansada respuesta: “Es una pérdida de tiempo”. “Es que ningún gobierno se ha preocupado por la cultura en este país. Pero como con la pintura, no pierdo las esperanzas, y espero que el Estado comprenda que no hay progreso sin desarrollo cultural, y que pensar que la economía sola va a solucionar los problemas de un pueblo es una locura”, responde ahora, meses después y algo más animado, De Szyszlo.

Su nombre sonaba fuerte entre las voces acaloradas que cuestionaban las decisiones del Instituto de Arte Contemporáneo y del patronato que vela por la creación del Museo de Arte Contemporáneo. Ante los reclamos del medio plástico que, entre otras cosas, protestaba contra la intención de poner al museo nombre y apellido del pintor, este prefirió el silencio. “Para mí ha sido penoso, porque soy totalmente inocente, y porque descubrí que algunas personas que yo creía amigas, no lo eran. Pero sigo trabajando con el grupo que quiere hacer el museo. Creo que su labor ha sido adecuada y está en buen camino otra vez. ¿Sabe desde cuándo se le trata de crear? Desde 1955. De las personas que empezaron el proyecto quedamos pocas vivas, y yo guardo la esperanza de verlo realizado antes de morir”, dice De Szyszlo.

–¿Qué piensa sobre el premio García Lorca a Blanca Varela?
–Que si bien es cierto el Perú no reconoce la labor de sus artistas, estos, aunque desamparados, han hecho cosas formidables. La poesía peruana ha sido siempre una de las mejores de la lengua hispana. Y tanto el premio de Blanca como el de Germán Belli son prueba de la vida de nuestra poesía.
–Entonces, el país lo ha desilusionado a veces. ¿Qué felicidades le ha dado?
–Mis amigos, mis hijos, mi primera mujer (Blanca Varela), mi esposa actual. Nunca he perdido las esperanzas de ayudar a poner al país en su sitio y siempre he trabajado por ello. Pero el tiempo de las personas no es el de los países: nosotros somos pasajeros. Entonces, esa ilusión que tuvo mi generación –Salazar Bondy, Eielson, Varela– de ver cambiado al Perú no se pudo concretar.

Pero frente a estos sinsabores y otras tantas tristezas han sido sus escudos el arte y también el amor. “Estar enamorado es salir de uno mismo, fundirse en otro. Y el arte también produce eso. Nos permite ver aquello de nosotros mismos que ignorábamos: lo bueno y lo malo; la energía que nos hace ser desgraciados o felices. Arte y amor cambian con los años. Ahora, para mí, ambos son más maravillosos, pero son también dolorosos, porque con el tiempo se hace evidente la fugacidad de la vida. ‘Todo verdor perecerá’, dice la Biblia. Uno es consciente de eso a medida que el camino se hace más corto. A los cuarenta, el futuro es indefinido. En cambio, yo no me atrevería a decir qué haré dentro de diez años, porque no sé si voy a existir”, dice el artista.

–¿Y cómo se acerca al final de ese camino?
–Con nostalgia. La muerte no me importa, lo que me importa es la ausencia de la vida. Me gusta tanto que es difícil dejarla. Pero cada vez me cuesta menos trabajo aceptar la idea de la muerte. Cuando a uno le pasan cosas terribles –como a mí la muerte de mi hijo–, entiendes que tienes que saber renunciar.
–¿Ser feliz es el fin último de la vida?
–Debería, pero la felicidad sólo se da por contraste: uno es feliz cuando deja de ser desgraciado. Es un estado pasajero, una exaltación breve y maravillosa, que le da sentido a la vida.
–¿Recuerda alguno de estos momentos?
–Ha habido tantos. Desde las pirámides de Egipto, cuya vista me resulta inolvidable, hasta los amores que he conocido. Son tantos los momentos felices, que uno no debería lamentarse. Lo que sucede es que no duran. Todo verdor perecerá...


Foto: Víctor Ch. Vargas, CARETAS. “Ronda Nocturna”, personal homenaje a Rembrandt inaugura el 2 de noviembre en Forum (Larco 1150, Miraflores).

Artículo publicado originalmente en CARETAS 1948.

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