martes, 16 de agosto de 2011

Herskovitz: Una Vida De Antología




Cultural :::: Con más de 40 años en el Perú, el pintor norteamericano David Herskovitz se retiró en 1992 a Arequipa. Necesaria muestra lo trae un tiempo a Lima. 

Pero, ¿puede escribir con esta luz? ¿No quiere que prenda la lámpara?
–No, no se preocupe, yo...
–Aquí hay una lámpara, puede prenderla para que vea mejor. Sí, préndala...
La luz de la lámpara descubre las dos, no, tres barras de dulce sobre la mesa de noche, junto a la cama en donde descansa David Herskovitz. Una gripe lo retiene ahí desde hace un par de días. “El clima de Lima le ha chocado”, explica Bruno Portugal, pintor que se ofreció tan amable como voluntariamente a acompañar la conversación en el departamento miraflorino donde están instalados Herskovitz y su esposa, Aurora. “¿No quieres una pastilla, David?”, pregunta ella, alertada por un pequeño acceso de tos del artista. Este levanta la mano, menea la cabeza. “No, yo puedo”, y con una sonrisa, “cuando estoy animado nada me detiene”.

“¿Sabe? Yo fui a un excelente centro médico en Nueva York en el 2002”, cuenta, una vez que Aurora ya más convencida sale del cuarto. “Estaba esperando en el despacho del doctor, hojeando una copia del Daily News, cuando encontré con mucho placer un artículo sobre el actor Kirk Douglas que contaba que el año anterior había sufrido una falla congestiva de corazón, de la cual se venía recuperando estupendamente. Lo que no sabía es que yo corría ese mismo peligro, y pudo haber sido fatal porque a mí no me atendía ningún médico en el Perú. Esa visita salvó mi vida... ¡y eso que yo no quería ir!”, dice, dejando escuchar la primera de muchísimas carcajadas.

Nacido en Indianápolis en 1925, tenía cinco años cuando su familia se trasladó a Tien-Tsin, en la China. Fue ahí que tomó sus primeras lecciones de dibujo y descubrió su admiración por el arte. “Un día apareció en plena clase otra pintora, llevando de la mano un niño chino muy pequeño. Yo miraba con la boca abierta cómo rápidamente y con trazos fuertes y claros, ese niño vestido de fiesta y lleno de color, iba quedando en la superficie del bastidor de la mujer. Creo que ese fue mi primer atisbo al gran arte.”

“Pero le contaba de Kirk Douglas, ¿verdad?”. Era cierto: los accesos de tos, cada vez más seguidos, no detienen al imbatible conversador de ineludible acento norteamericano que sin embargo, dice estar olvidando su inglés. Tampoco la avanzada pérdida de la audición amilana su entusiasmo por la música “que no es como las demás artes. Es otro mundo”. Y ni siquiera las sombras que poco a poco velan sus ojos, interrumpen su labor creativa y sus muchísimos proyectos pictóricos. “En ese artículo del que le hablaba leí que el actor recibió a un rabino amigo suyo que le explicó que en la Cábala se hallaban los tres elementos necesarios para que cualquiera pueda vivir bien con sus semejantes y con la naturaleza: amor, inteligencia y compasión. Y esta frase titula mis dos últimas obras, que acabo de presentar”.

“Kirk Douglas interpretó magistralmente a Vincent Van Gogh en la película ‘Lust for Life’. Le cuento: cuando estuve en la Segunda Guerra Mundial sufrí un problema de circulación y casi pierdo ambos pies. Me mandaron a Inglaterra y mientras me recuperaba, leía cada día un capítulo del libro homónimo de Irving Stone, que inspira la película. Me fascinaba la vida de este gran pintor, cuánto sufrió. Yo me sentía identificado con él.”

Aurora, que ha estado pendiente del reloj, se asoma peligrosamente, pero una repentina y oportuna llamada a la puerta permite aún unos minutos y Bruno Portugal, en otro espontáneo ofrecimiento, va tras ella, con la promesa de conseguir otros tantos más. “Creo que me iré con Aurora seis meses a Estados Unidos. Pero no puedo dejar Arequipa: ahí tengo todo mi equipo. Es cierto que no hay espacio para hacer todo lo que tengo en mente, pero por las mañanas salgo por mi ventana y veo los volcanes y la ciudad abajo. Eso me encanta”. De su antiguo taller ubicado en la calle Reducto, en Miraflores, recuerda a su pavo real, Príncipe, hermoso, esquivo y fanático de las galletas. Y también a Archie, su Basset Hound. “Llegué a tener cuatro. Estaban por toda la casa”, dice, riéndose. “Ahora tengo una perrita que se llama Blondie, adorable y terriblemente engreída”, y en tono travieso, confiesa: “Cuando Aurora no está, la llevo a la cama y la meto bajo las sábanas...”

-------



Las imágenes que acompañan estas páginas fueron recopiladas entre 1984 y 1992 por el fotógrafo Herman Schwarz. En ese periodo tomó un sinnúmero de fotografías que registran las tardes compartidas en el hermoso taller en Reducto, y las larguísimas conversaciones, avivadas por un poco de Campari y un pocotón de Coca Cola, bebida que Schwarz atribuye al ingenio del pintor. Con un orondo Príncipe que mostraba antojadizamente el furtivo plumaje, y con el paisaje multicolor de los papeles amontonados, latas y cajas de todo tamaño, pedazos de esto, restos de lo otro, un sinfín de chucherías que el pintor se negaba a botar y que almacenaba meticulosamente. En estos retratos del inacabable artista, del buen amigo y hombre de excelente humor que se dejaba apabullar con ternura por un pavo real y una turba de Basset Hounds, se encuentra también aquello que se desprende tanto de la obra de Herskovitz como de su vida: inteligencia, compasión y, por supuesto, amor.
 

Foto 1: El pintor en su antiguo taller de Miraflores, exhibiendo el buen humor que lo caracteriza.
Foto 2: En su taller, su pavo real Príncipe era soberano, seguido de una corte de Basset Hounds.

Artículo publicado originalmente en CARETAS 1933. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario