martes, 16 de agosto de 2011

Embajadores del Pisco



Local :::: Cuerpo diplomático recorrió “Ruta del Pisco”. CARETAS acompañó gustoso.

NO fue la dupla León-Quimper la protagonista de los comentarios ese par de días: lo fue la condena de Magaly Medina. Eso, y el pisco. Porque dos buses con notable carga y seguridad del Estado avanzaban por la Panamericana Sur en pos de un camino que prometía ser más dulce que el dejado, cada vez más, atrás: el 16 y 17 pasados, una treintena conformada por embajadores y miembros de la cancillería peruana, fueron invitados por la última (con apoyo del Ministerio de la Producción y PromPerú) a recorrer la llamada “Ruta del Pisco”, en Ica. Sin embargo, la ilustre comitiva no pudo abandonar por completo una coyuntura tan agitada. Pero supo razonarla a través de otro cristal. Aquel que contenía el indiscutible néctar peruano. 

Entre Pisco y Nazca

La bodega chinchana Viñas de Oro, ubicada en Hoja Redonda, es la primera parada. La moderna planta del Grupo Brescia genera 267 mil litros de pisco cada temporada de producción, que va de fines de febrero a junio. Luego que amables mujeres con sendas bandejas colmadas de copas aparecen, surgen preguntas como la del embajador de Bolivia, Franz Solano, quien inquiere sobre el pisco chileno. “Aguardiente”, corrige el Viceministro de Relaciones Exteriores, Gonzalo Gutiérrez, quien promete aclararle el punto en su conferencia de la noche (la pródiga explicación sería suficiente, al parecer, pues calmo ya en cuerpo y alma, el excelentísimo boliviano emprende el regreso esa misma madrugada). 


Efectivamente, más tarde y ya de requerido sport elegante, la comitiva atiende a una cena en el Hotel Las Dunas de Ica, precedida por una conferencia sobre la denominación de origen del Pisco a cargo del embajador Gutiérrez, y una cata encaminada por Johnny Schuller, quien comienza discrepante (“yo no quiero difundir el pisco, embajador. Yo me lo quiero tomar”). Es así que, siguiendo su ejemplo, los paladares proceden con un quebranta, un acholado y un mosto verde, y apuntan sus recomendaciones: un chilcano a medio día y el “Cholopolitan”, hecho con un buen acholado, zumo de arándanos y de limón, jarabe de goma, Cointreau y hielo.

El fuerte sol iqueño acompaña la visita, al día siguiente, a la bodega La Caravedo. A quince minutos del centro de la ciudad, esta funciona con más de tres siglos de antigüedad, y desde hace nueve años apuesta por una producción orgánica. Recibe a los visitantes Rodrigo Peschiera, su gerente general quien inicia admitiendo que su primera enamorada, antes que su esposa, fue una parra (¿Del Riego?, pregunta un curioso). Nota aparte merece doña Juanita, matriarca de la familia Gonzales y de la bodega Tres Generaciones: estas páginas no pueden hacer justicia a tanta hospitalidad y carisma vestidos de pulcro blanco. En el caserío Tres Esquinas, Juanita ensaya un caluroso saludo que bastante pronto se quiebra, recordando el terremoto que quebró, a su vez, esa tierra. Su casa fue una de las perjudicadas. La bodega, felizmente, sobrevivió en pie al sismo y así recibe a la comitiva.

El recorrido termina en la antigua Tacama, a 300 km de Lima. El mismo don Manuel Pedro Olaechea saluda a los que llegan. Luego de subir al campanario de 1815 que marca el tiempo de las faenas, y reconocer desde su altura las 230 hectáreas de la viña, los anfitriones conducen a un almuerzo criollo amenizado por caballos de paso, música y danzas. El protocolo se fue adelantando, un poquito, a casa. Pero el regreso debe emprenderse. Y mientras el cuerpo diplomático va reposando el largo almuerzo dentro de los buses que aún no arrancan, afuera, Norma y Gustavo Reátegui, esposos y sobrinos del patriarca Olaechea y campeones de marinera, acometen una norteña. Es lo último que ven unos ojos que el pisco va cerrando. ■





FOTO: Luis Julián, CARETAS. Entre tradicionales alambiques de cobre, explicación de Ronnie Shialer en Viñas de Oro, Chincha.

Artículo originalmente publicado e CARETAS 2050.

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